Reconstruyendo a Alejandro de la Sota
Rafael L. Torre
Texto
Alejandro de la Sota contó en vida, tanto de palabra como por escrito, que Pontevedra ejerció una influencia muy importante en la configuración de su personalidad y, sobre todo, en su desarrollo artístico. Su familia, su casa, su ciudad, sus amigos, sus profesores, sus querencias… Todo ello contribuyó mucho a forjar su carácter. El influjo de la ciudad donde nació, se crio y creció, estuvo siempre vivo de por vida en el espíritu de Alejandro.
Incomprensiblemente, nadie había incidido en esta parte de su biografía. Todos los libros sobre Alejandro de la Sota se habían centrado casi exclusivamente en el arquitecto y su obra, pero habían pasado por alto sus vivencias personales; como si una cosa pudiera separarse y abstraerse por completo de la otra. Desde luego, no en su caso.
Por tal motivo, su hijo Juan de la Sota Ríus estaba empeñado en recuperar esa parte de la historia de su padre, que él mismo desconocía en buena medida. Y por esa razón me insistió cuanto pudo y más, para acometer esa labor a partir de mi conocimiento y mí querencia por la figura de Daniel de la Sota, a su vez padre de Alejandro. Juntos lo intentamos dos veces en los últimos quince años sin lograr el apoyo necesario de las instituciones emplazadas. Finalmente, la elección de Alejandro de la Sota como figura del año 2018 por parte de la Real Academia de Bellas Artes de Galicia resultó providencial para acometer esa tarea por encargo del Museo de Pontevedra y la Diputación Provincial. No sin tiempo, a la tercera fue la vencida.
El trabajo de documentación de los primeros 30 años de Alejandro resultó arduo, pero más difícil fue su plasmación gráfica. El principio de que una imagen vale más que mil palabras constituyó una máxima irrenunciable en la «reconstrucción» deseada del Alejandro niño, adolescente y joven, con la impronta de Pontevedra al fondo. Esa fue nuestra principal contribución a la exposición Alejandro de la Sota. Pontevedra, 1913 - Madrid 1996. Construirse/Construir. Nosotros ayudamos a reconstruirlo y la Fundación con su nombre hizo el resto.
Cerrada la exposición y revisada su huella, no cabe duda de que puertas afuera, la mayor revelación para el público en general parece que resultó la estrecha relación documentada entre Castelao y Alejandro, a modo de maestro y discípulo. El primero influyó no poco sobre el segundo en su forma de ver y hacer caricatura, una práctica que el arquitecto nunca dejó de cultivar luego hasta su muerte. Muy ilustrativa de esta relación casi familiar fue ese dibujo de un viejo marinero que Castelao regaló y dedicó a «Alejandrito», y que luego Alejandro recreó de memoria durante la convalecencia obligada por una herida de metralla en un ojo durante la Guerra Civil.
Para Juan y para mí, sin embargo, ese episodio resultaba bastante conocido desde hacía mucho tiempo, aunque no en sus detalles más tiernos. De manera que puertas adentro, para nosotros constituyó un momento muy emocionante la localización de una fotografía de su primera exposición de caricaturas, junto a su amigo del alma Ventura de Dios, en el relumbrante salón de la Junta de Turismo, cuando ambos solo tenían 17 años. Esa foto —probablemente tomada por Joaquín Pintos— guardada en el Museo de Pontevedra, no solo carecía de identificación, sino que su visionado también parecía irrecuperable y, sin embargo, logramos ambas cosas.
Igualmente reconfortante fue ponerle cara a José Jané, el profesor particular que educó su gusto musical y su técnica como pianista. La música se convirtió desde muy pequeño en la otra gran pasión de Alejandro, miembro fundador de la Coral Polifónica de Pontevedra, y el maestro Jané tuvo mucho que ver con esa querencia. Durante un tiempo, pareció como si no existiera y de pronto afloró buena parte de su vida, a caballo entre Pontevedra y Vigo.
Finalmente, la exposición plasma muy bien el gen artístico que Alejandro recibió tanto de su madre como de su padre, ingeniero militar topógrafo que realizó incontables proyectos y dirigió muchas obras en acuartelamiento de toda Galicia en los primeros años del siglo XX. Por su lado, la vía materna le insufló el buen gusto y la enorme sensibilidad de su abuela Ramona, quien dibujaba con su aguja de bordar, y su bisabuela Mariquilla, ambas de Riveira.
Al fondo no podía faltar una pincelada de aquella Pontevedra que empezó a salir de su letargo tradicional a finales de los años 20 y principios de los 30. Esa pequeña ciudad provinciana reunió entonces el mayor número de personalidades deslumbrantes por metro cuadrado, a muchas de las cuales trató o conoció de cerca Alejandro: Blanco Porto, Iglesias Vilarelle, Losada Diéguez, Filgueira Valverde, Sánchez Cantón, Castelao, Alexandro Bóveda, Rafael Areses y un largo etcétera.
De aquel ambiente cultural, creativo, refinado y erudito, salió el reconocimiento para Pontevedra como la Atenas gallega y, particularmente, la Diputación Provincial vivió una auténtica Edad de Oro, bajo la presidencia de Daniel de la Sota Valdecilla, el padre de Alejandro. Aquí cabe decir, por tanto, que de tal palo, tal astilla.
Rafael L. Torre es periodista e historiador. Junto a Juan de la Sota Ríus fue comisario de la exposición Alejandro de la Sota. Pontevedra, 1913 - Madrid, 1996. Construírse/Construír, organizada en el Museo de Pontevedra en mayo y abril de 2018